Revista Nueva 14 11 11
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Revista Nueva 14 11 11
entrevista
“Un gran seductor”
Adrián Navarro ama lo que hace. Eso se percibe en su mirada y en el énfasis que pone al hablar. Hoy cautiva a la platea femenina desde su papel en la película La patria equivocada, donde comparte cartel con Juanita Viale.
Adrián Navarro es un galán clásico, de rasgos varoniles, cien por ciento argento. Llega y se excusa por la tardanza; lo atrasaron el tráfico y el portatrajes que cargó en la moto, su gran pasión. “No me había dado cuenta de lo complicado que es manejar la moto con esto”, comenta. Enseguida se dispone para las fotos, se cambia, se arregla, se calza los anteojos, pone caras, posa y propone. Si está cansado, no se nota; sabe lo que hace, conoce los movimientos. Hace ya algunos años que las notas se volvieron una parte habitual de su trabajo, tanto como el reconocimiento en la calle y los suspiros de las mujeres. Él lo disfruta y lo saborea; el camino del éxito fue largo y difícil, y sabe lo que cuesta llegar. Navarro no fue un producto de un programa adolescente que se ganó el éxito de un día para el otro. No, lo suyo fue paso a paso; eso sí, a paso firme, lento pero seguro.
–¿Cuánto tardaste en lograr una continuidad de trabajo?
–Mucho. No vivía de la profesión, pero siempre fui un buscavidas con un objetivo claro: quería ser actor. Para eso fui mozo, vendedor ambulante, artesano… Hice velas y trabajaba la madera. Aún lo hago, aunque sin fines comerciales, pero el objetivo siempre fue la actuación. Me llevó mucho tiempo consolidarme, afianzarme. Me acuerdo de que a los 33 años le dije a mi mujer que si en dos años no estaba trabajando con cierta continuidad como actor, me iba a dedicar definitivamente a otra cosa. No quería hacer más bolos, quería demostrar que podía hacer crecer un personaje.
Y ese día llegó. Antes de la crisis, le salió la oportunidad de hacer la obra de teatro La pecera en España. Se fue y dejó en Buenos Aires a su mujer y a su hijo chiquito. La obra fue un éxito y al poco tiempo estaba de vuelta con reservas para campear el temporal. No fue fácil, pero la perseverancia dio sus frutos y las oportunidades llegaron. Héctor Olivera lo convocó para protagonizar la película Ay, Juancito, en 2003, una superproducción nacional donde interpretaba al hermano de Eva Perón.
–¿Cómo te llegó el papel?
–Un día fui a la peluquería, me corté el pelo, me dejé un bigotito y me presenté, convencido, a ganar el papel. Era la gran oportunidad de arrancar con todo. Al poco tiempo, me propusieron un papel en Culpable de este amor, con Juan Dartés y Gianella Neyra. Ahí lo pasé muy bien y, como estuve más de treinta capítulos, tuve tiempo de mostrarme. Después, en Doble vida, hice un personaje que me encantó, con Romina Ricci, y lo pasé tan bien que me voy a acordar siempre. Más tarde llegaron Montecristo y Vidas robadas, que por el tema y por cómo estaban hechas fueron un éxito. La gente se enganchó mucho, y yo, además, disfrutaba un montón del trabajo; era puro placer ir a grabar todos los días.
–En Vidas robadas hacías de malo…
–¡Muy malo! Mi hijo no entendía nada; él no veía el programa y un día me contó, preocupado, que en el colegio le habían dicho que yo era un asesino. Le tuve que explicar que se referían al personaje.
–¿Ya se acostumbró?
–Sí, y le gusta. Trabajó conmigo en la película El derrotado, de Javier Torre, donde hizo de mi hijo. Le gusta actuar, lo veo bien. Durante la filmación, estábamos él en su cuarto y yo en la cocina, los dos estudiando el texto, y después ensayábamos. Interpretó un personaje que no tiene nada que ver con cómo es él. Estuvo muy bueno.
–Y protagonizaste con Soledad Silveyra.
–Sí, en Secreto de amor, tuve la suerte de volver a trabajar con Juan Gil Navarro, con quien somos amigos. Nos llevamos muy bien, y cuando no estamos trabajando, nos juntamos a tomar algo o salimos con nuestras familias.
–Justo antes te habían llamado para Malparida, ¿no?
–Sí, me habían propuesto un papel, pero era un personaje secundario y tenía que volver a hacer de malo. Como prefería cambiar, me decidí por Secreto de amor.
–Hacés cine, estás en teatro y fuiste parte de grandes éxitos en la tele. ¿No querés perderte nada?
–Por lo general, un año hago tele y otro cine. En mi cabeza está armado de esa forma. Cuando estoy un año en la tele, necesito cambiar de rumbo, hacer algo distinto. El teatro es algo que se puede hacer mientras se hace otra cosa, así que puedo mecharlo. Lo tengo pensado así.
–¿Llegaste a un momento de tu carrera donde podés darte el lujo de decir que no?
–Lo hice siempre. Siempre privilegié lo que me gustaba por sobre otras cosas que tal vez habrían sido más redituables. He tenido ofertas interesantes para hacer tele, pero antes había películas para filmar y ya me había comprometido. Si hay algo que el hombre no debe perder es la palabra; si me comprometo con algo, voy con eso.
–¿Cómo fue tu comienzo en la tele?
–A los 24 años hice un personaje en Sin condena y lo pasé muy mal. Era la primera vez que hacía tele, y me asustaban las cámaras, me molestaban las luces. Después de eso me llamaron para hacer Alta comedia y dije que no podía. Estaba muy asustado. Me acuerdo de que cuando me dieron el guión y me iba para casa, empecé a mirar el texto y me di cuenta de que estaba en todas las páginas. Pensé que se habían equivocado, así que volví y les pregunté qué personaje tenía que hacer. Me confirmaron que era el protagonista.
–¿Cómo obtuviste el papel?
–Por Beatriz Matar. Estudiaba con ella, me dio una carta de recomendación y fui. Había estudiado con Horacio Raineri, un amigo muy protector, pero ella fue quien me empezó a abrir las puertas de la televisión. Después estuve en Mi cuñado gracias a ella también. Y más tarde estudié con Agustín Alezzo, que me ayudó mucho. También hice teatro con Federico Luppi, con quien trabajé en Que parezca un accidente. Yo lo había visto mucho cuando era chico. Amo el teatro, siempre trato de estar muy conectado y fue una constante en mi vida. Con un actor como Luppi, es todo aprendizaje.
Adrián Navarro nació en Laferrere, La Matanza. Fue un pibe del conurbano que aprendió a curtirse y a quien le encantaba visitar la Capital y las luces de la calle Corrientes, donde soñaba estar algún día. Su papá era chofer de larga distancia y su mamá, ama de casa. De chico salía a cortar el pasto de los vecinos para ganarse unos pesos, y un día vendió la colección de El Gráfico del padre, que lo hizo ir a recuperar revista por revista y devolver la plata. Hoy, disfruta su mejor momento en familia, con Flor, su mujer desde hace más de catorce años, y sus hijos, Facundo y Violeta. Este año, en tele, estuvo en Maltratadas y en Historias de la primera vez, ambos ciclos de América y, en cine, estrenó dos películas, Medianeras, de Gustavo Tareto, donde hace una participación muy chiquita y divertida, y La patria equivocada, una superproducción de Carlos Galettini basada en un libro de Dalmiro Sáenz. El día del preestreno de La patria equivocada, film que protagoniza con Juana Viale, festejó su cumpleaños 42 rodeado de amigos.
–¿Cómo llegaste a la película?
–Había leído la novela, me enteré de que se estaba por filmar, me llegó el guión y hablé con Galettini. Le dije que podía interpretar al teniente a los 27 y a los 40 años, pero que el de 60 tendría que hacerlo un actor mayor. Galettini, un personaje increíble, me miró y me dijo: “No, yo te llamé a vos porque sé que podés hacerlo”. Entonces, Me fui a casa, a pensar, y no sabía cómo iba a hacerlo. Conozco un hombre de 27 y uno de 40, pero no conozco cómo es un hombre de 60 años, cómo se siente en el cuerpo.
–¿Tenías miedo a caer en la caricatura?
–Sí. Me dejé la barba, fui a la peluquería, me hice canas, empecé a jugar el personaje y me empezó a gustar. Me gustó mucho hacerlo; filmamos en Córdoba y en San Luis casi nueve semanas. Además, soy amigo de Esteban Pérez, así que nos hicimos una panzada, y con Galettini me llevé muy bien.
–¿Cómo fue la relación con Juana?
–Muy buena también; nos reímos mucho. El último día de filmación, teníamos que hacer una escena de amor. Yo viajaba a la tarde porque al día siguiente arrancaba con otra película, y se largó a llover. Estábamos en medio de la nada, en un decorado, con paredes de barro, techos de paja, y teníamos que interpretar una escena de amor, de sexo. El director había dicho que se quedaban solo los que participaban, pero cuando empezó a llover, estaba todo el equipo sosteniendo unos plásticos arriba de la cama porque el agua filtraba y se empezó a inundar todo. Nosotros estábamos en la cama, haciendo la escena, rodeados de cincuenta personas metidas en un decorado, en una cama chiquita. Fue increíble; estábamos muy tentados, muertos de frío y nos reímos porque no lo podíamos creer.
–¿Cómo es tu personaje en la película?
–La historia, basada en una novela de Dalmiro Sáenz, está contada entre 1807 y 1898. Es una historia de amor, traición y odio en el marco de la guerra de la Triple Alianza, la Conquista del Desierto y la batalla del Curupaytí. Mi personaje es el teniente Federico López, que arranca con 27 años, luego tiene 40, y por último, 60.
–¿Cuál es su relación con el de Juanita?
–Ella hace tres personajes: abuela, madre e hija, y es quien se impondrá la misión de castigar al teniente, de buscar venganza, porque apresó a su padre, que había desertado.
Relajado, mate en mano, charla pausado y cuenta que no puede estar mucho tiempo sin trabajar, que siempre está haciendo algo. Le gusta escribir. Terminó con Marcelo Figueras un guión que sueña con poder dirigir: “Me encantaría poder hacerla pronto, pero es una película muy cara, con mucha producción, para filmarse en varios países”, explica. También terminó el guión de una comedia romántica que tal vez pueda realizar antes. En 2012 estará en El Trece para formar parte de El lobo, la nueva tira de Polka, con Gonzalo Heredia y Celeste Cid a la cabeza. Aunque no puede contarnos mucho de su personaje, sabemos que será uno de los hermanos del protagonista y, tal vez, el tercero en discordia. Pero seguro que no será el único proyecto del que participe. Fiel a su espíritu inquieto, de trabajador incansable, Adrián Navarro se consolidó como un actor que puede cargarse a la espalda un personaje y cumplir. Disfruta su trabajo y siempre va por más.
El día sigue, con agenda apretada. Cuando nos despedimos, sonríe seductor, se calza los anteojos, se sube a la moto y se va.
Por Silvina Reusmann.
Fotos: Daisy Freixas.
“Un gran seductor”
Adrián Navarro ama lo que hace. Eso se percibe en su mirada y en el énfasis que pone al hablar. Hoy cautiva a la platea femenina desde su papel en la película La patria equivocada, donde comparte cartel con Juanita Viale.
Adrián Navarro es un galán clásico, de rasgos varoniles, cien por ciento argento. Llega y se excusa por la tardanza; lo atrasaron el tráfico y el portatrajes que cargó en la moto, su gran pasión. “No me había dado cuenta de lo complicado que es manejar la moto con esto”, comenta. Enseguida se dispone para las fotos, se cambia, se arregla, se calza los anteojos, pone caras, posa y propone. Si está cansado, no se nota; sabe lo que hace, conoce los movimientos. Hace ya algunos años que las notas se volvieron una parte habitual de su trabajo, tanto como el reconocimiento en la calle y los suspiros de las mujeres. Él lo disfruta y lo saborea; el camino del éxito fue largo y difícil, y sabe lo que cuesta llegar. Navarro no fue un producto de un programa adolescente que se ganó el éxito de un día para el otro. No, lo suyo fue paso a paso; eso sí, a paso firme, lento pero seguro.
–¿Cuánto tardaste en lograr una continuidad de trabajo?
–Mucho. No vivía de la profesión, pero siempre fui un buscavidas con un objetivo claro: quería ser actor. Para eso fui mozo, vendedor ambulante, artesano… Hice velas y trabajaba la madera. Aún lo hago, aunque sin fines comerciales, pero el objetivo siempre fue la actuación. Me llevó mucho tiempo consolidarme, afianzarme. Me acuerdo de que a los 33 años le dije a mi mujer que si en dos años no estaba trabajando con cierta continuidad como actor, me iba a dedicar definitivamente a otra cosa. No quería hacer más bolos, quería demostrar que podía hacer crecer un personaje.
Y ese día llegó. Antes de la crisis, le salió la oportunidad de hacer la obra de teatro La pecera en España. Se fue y dejó en Buenos Aires a su mujer y a su hijo chiquito. La obra fue un éxito y al poco tiempo estaba de vuelta con reservas para campear el temporal. No fue fácil, pero la perseverancia dio sus frutos y las oportunidades llegaron. Héctor Olivera lo convocó para protagonizar la película Ay, Juancito, en 2003, una superproducción nacional donde interpretaba al hermano de Eva Perón.
–¿Cómo te llegó el papel?
–Un día fui a la peluquería, me corté el pelo, me dejé un bigotito y me presenté, convencido, a ganar el papel. Era la gran oportunidad de arrancar con todo. Al poco tiempo, me propusieron un papel en Culpable de este amor, con Juan Dartés y Gianella Neyra. Ahí lo pasé muy bien y, como estuve más de treinta capítulos, tuve tiempo de mostrarme. Después, en Doble vida, hice un personaje que me encantó, con Romina Ricci, y lo pasé tan bien que me voy a acordar siempre. Más tarde llegaron Montecristo y Vidas robadas, que por el tema y por cómo estaban hechas fueron un éxito. La gente se enganchó mucho, y yo, además, disfrutaba un montón del trabajo; era puro placer ir a grabar todos los días.
–En Vidas robadas hacías de malo…
–¡Muy malo! Mi hijo no entendía nada; él no veía el programa y un día me contó, preocupado, que en el colegio le habían dicho que yo era un asesino. Le tuve que explicar que se referían al personaje.
–¿Ya se acostumbró?
–Sí, y le gusta. Trabajó conmigo en la película El derrotado, de Javier Torre, donde hizo de mi hijo. Le gusta actuar, lo veo bien. Durante la filmación, estábamos él en su cuarto y yo en la cocina, los dos estudiando el texto, y después ensayábamos. Interpretó un personaje que no tiene nada que ver con cómo es él. Estuvo muy bueno.
–Y protagonizaste con Soledad Silveyra.
–Sí, en Secreto de amor, tuve la suerte de volver a trabajar con Juan Gil Navarro, con quien somos amigos. Nos llevamos muy bien, y cuando no estamos trabajando, nos juntamos a tomar algo o salimos con nuestras familias.
–Justo antes te habían llamado para Malparida, ¿no?
–Sí, me habían propuesto un papel, pero era un personaje secundario y tenía que volver a hacer de malo. Como prefería cambiar, me decidí por Secreto de amor.
–Hacés cine, estás en teatro y fuiste parte de grandes éxitos en la tele. ¿No querés perderte nada?
–Por lo general, un año hago tele y otro cine. En mi cabeza está armado de esa forma. Cuando estoy un año en la tele, necesito cambiar de rumbo, hacer algo distinto. El teatro es algo que se puede hacer mientras se hace otra cosa, así que puedo mecharlo. Lo tengo pensado así.
–¿Llegaste a un momento de tu carrera donde podés darte el lujo de decir que no?
–Lo hice siempre. Siempre privilegié lo que me gustaba por sobre otras cosas que tal vez habrían sido más redituables. He tenido ofertas interesantes para hacer tele, pero antes había películas para filmar y ya me había comprometido. Si hay algo que el hombre no debe perder es la palabra; si me comprometo con algo, voy con eso.
–¿Cómo fue tu comienzo en la tele?
–A los 24 años hice un personaje en Sin condena y lo pasé muy mal. Era la primera vez que hacía tele, y me asustaban las cámaras, me molestaban las luces. Después de eso me llamaron para hacer Alta comedia y dije que no podía. Estaba muy asustado. Me acuerdo de que cuando me dieron el guión y me iba para casa, empecé a mirar el texto y me di cuenta de que estaba en todas las páginas. Pensé que se habían equivocado, así que volví y les pregunté qué personaje tenía que hacer. Me confirmaron que era el protagonista.
–¿Cómo obtuviste el papel?
–Por Beatriz Matar. Estudiaba con ella, me dio una carta de recomendación y fui. Había estudiado con Horacio Raineri, un amigo muy protector, pero ella fue quien me empezó a abrir las puertas de la televisión. Después estuve en Mi cuñado gracias a ella también. Y más tarde estudié con Agustín Alezzo, que me ayudó mucho. También hice teatro con Federico Luppi, con quien trabajé en Que parezca un accidente. Yo lo había visto mucho cuando era chico. Amo el teatro, siempre trato de estar muy conectado y fue una constante en mi vida. Con un actor como Luppi, es todo aprendizaje.
Adrián Navarro nació en Laferrere, La Matanza. Fue un pibe del conurbano que aprendió a curtirse y a quien le encantaba visitar la Capital y las luces de la calle Corrientes, donde soñaba estar algún día. Su papá era chofer de larga distancia y su mamá, ama de casa. De chico salía a cortar el pasto de los vecinos para ganarse unos pesos, y un día vendió la colección de El Gráfico del padre, que lo hizo ir a recuperar revista por revista y devolver la plata. Hoy, disfruta su mejor momento en familia, con Flor, su mujer desde hace más de catorce años, y sus hijos, Facundo y Violeta. Este año, en tele, estuvo en Maltratadas y en Historias de la primera vez, ambos ciclos de América y, en cine, estrenó dos películas, Medianeras, de Gustavo Tareto, donde hace una participación muy chiquita y divertida, y La patria equivocada, una superproducción de Carlos Galettini basada en un libro de Dalmiro Sáenz. El día del preestreno de La patria equivocada, film que protagoniza con Juana Viale, festejó su cumpleaños 42 rodeado de amigos.
–¿Cómo llegaste a la película?
–Había leído la novela, me enteré de que se estaba por filmar, me llegó el guión y hablé con Galettini. Le dije que podía interpretar al teniente a los 27 y a los 40 años, pero que el de 60 tendría que hacerlo un actor mayor. Galettini, un personaje increíble, me miró y me dijo: “No, yo te llamé a vos porque sé que podés hacerlo”. Entonces, Me fui a casa, a pensar, y no sabía cómo iba a hacerlo. Conozco un hombre de 27 y uno de 40, pero no conozco cómo es un hombre de 60 años, cómo se siente en el cuerpo.
–¿Tenías miedo a caer en la caricatura?
–Sí. Me dejé la barba, fui a la peluquería, me hice canas, empecé a jugar el personaje y me empezó a gustar. Me gustó mucho hacerlo; filmamos en Córdoba y en San Luis casi nueve semanas. Además, soy amigo de Esteban Pérez, así que nos hicimos una panzada, y con Galettini me llevé muy bien.
–¿Cómo fue la relación con Juana?
–Muy buena también; nos reímos mucho. El último día de filmación, teníamos que hacer una escena de amor. Yo viajaba a la tarde porque al día siguiente arrancaba con otra película, y se largó a llover. Estábamos en medio de la nada, en un decorado, con paredes de barro, techos de paja, y teníamos que interpretar una escena de amor, de sexo. El director había dicho que se quedaban solo los que participaban, pero cuando empezó a llover, estaba todo el equipo sosteniendo unos plásticos arriba de la cama porque el agua filtraba y se empezó a inundar todo. Nosotros estábamos en la cama, haciendo la escena, rodeados de cincuenta personas metidas en un decorado, en una cama chiquita. Fue increíble; estábamos muy tentados, muertos de frío y nos reímos porque no lo podíamos creer.
–¿Cómo es tu personaje en la película?
–La historia, basada en una novela de Dalmiro Sáenz, está contada entre 1807 y 1898. Es una historia de amor, traición y odio en el marco de la guerra de la Triple Alianza, la Conquista del Desierto y la batalla del Curupaytí. Mi personaje es el teniente Federico López, que arranca con 27 años, luego tiene 40, y por último, 60.
–¿Cuál es su relación con el de Juanita?
–Ella hace tres personajes: abuela, madre e hija, y es quien se impondrá la misión de castigar al teniente, de buscar venganza, porque apresó a su padre, que había desertado.
Relajado, mate en mano, charla pausado y cuenta que no puede estar mucho tiempo sin trabajar, que siempre está haciendo algo. Le gusta escribir. Terminó con Marcelo Figueras un guión que sueña con poder dirigir: “Me encantaría poder hacerla pronto, pero es una película muy cara, con mucha producción, para filmarse en varios países”, explica. También terminó el guión de una comedia romántica que tal vez pueda realizar antes. En 2012 estará en El Trece para formar parte de El lobo, la nueva tira de Polka, con Gonzalo Heredia y Celeste Cid a la cabeza. Aunque no puede contarnos mucho de su personaje, sabemos que será uno de los hermanos del protagonista y, tal vez, el tercero en discordia. Pero seguro que no será el único proyecto del que participe. Fiel a su espíritu inquieto, de trabajador incansable, Adrián Navarro se consolidó como un actor que puede cargarse a la espalda un personaje y cumplir. Disfruta su trabajo y siempre va por más.
El día sigue, con agenda apretada. Cuando nos despedimos, sonríe seductor, se calza los anteojos, se sube a la moto y se va.
Por Silvina Reusmann.
Fotos: Daisy Freixas.
Marie- Navarrera on fire
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Cantidad de envíos : 1084
Localización : Haedo
Fecha de inscripción : 03/04/2009
Re: Revista Nueva 14 11 11
en cuanto termine con mis examenes ( fines de diciembre ) prometo subir los sacan con la notas.
ana- Navarrera on fire
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Cantidad de envíos : 372
Fecha de inscripción : 01/12/2008
Re: Revista Nueva 14 11 11
Bueno gracias Ana!!!! Un beso!
Marie- Navarrera on fire
-
Cantidad de envíos : 1084
Localización : Haedo
Fecha de inscripción : 03/04/2009
Re: Revista Nueva 14 11 11
Dejo los Scans de las fotos porque la nota ya ta tiene,
ana- Navarrera on fire
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Cantidad de envíos : 372
Fecha de inscripción : 01/12/2008
Re: Revista Nueva 14 11 11
Gracias!!!!!!!! Que lindas fotos! =)
Marie- Navarrera on fire
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Cantidad de envíos : 1084
Localización : Haedo
Fecha de inscripción : 03/04/2009
Re: Revista Nueva 14 11 11
Gracias!!!!!!!! Que lindas fotos! =)
Marie- Navarrera on fire
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Cantidad de envíos : 1084
Localización : Haedo
Fecha de inscripción : 03/04/2009
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